sábado, 27 de diciembre de 2014

La mujer de un solo hombre

A.S.A. Harrison:
The Silent Wife, 2013
La mujer de un solo hombre
Salamandra Black, 2014
Traducción de Gemma Rovira Ortega



Los ingredientes del éxito

Ya os conté que este libro fue mi regalo prenavideño (gracias de nuevo, Salamandra Black) y en esos ratitos libres de la Navidad he terminado de leerlo cómoda y agradablemente, sin ningún esfuerzo.

La impresión más fuerte que me deja el libro es que reúne todos los ingredientes de los últimos éxitos de venta negros. Es la primera novela de una escritora con un personaje principal femenino, que aparece en el título, y una estructura dual que interca
la el punto de vista femenino y el masculino, como en Perdida
 
El título apela directamente a las lectoras, como sucedía en la trilogía de Larsson, y otra cosa más une a esta autora con el célebre sueco: fallleció poco antes de que se publicara la novela y no ha podido conocer la gloria literaria en vida.

Además, A.S.A. Harrison, con esas aes en el nombre y ese –son final en el apellido, nos trae a la memoria a las y los nórdicos superventas y, con esas iniciales con punto, a plumas clásicas del género como P.D. James.


Ya sabes qué sucederá

Al estilo del magistral arranque de A Judgement on Stone, de Ruth Rendell, y de la teleserie Damages, La mujer de un solo hombre anuncia en su segunda página que se va a cometer un asesinato, cuándo se va a cometer y quién lo va a cometer.

El reto narrativo consiste en que, a pesar de poseer ya esos datos, no muere la intriga y queremos saber cómo llegamos hasta ese punto, cómo demonios se pasa de una existencia plácida y acomodada en un apartamento de lujo, con vistas al lago, en Chicago, a un crimen sórdido como casi todos los crímenes.

El secreto de esa transición brutal no es ningún secreto, sino algo que sabemos desque que el mundo es mundo: lo idílico no es tal, la felicidad tiene fisuras y el crimen está  siempre mucho más próximo de nuestras vidas de lo que queremos admitir.


Qué más tiene de bueno “La mujer de un solo hombre”

Tiene de bueno que es un relato muy bien apuntalado (y muy bien traducido, añado), que se rodea de microhistorias adicionales que lo abrazan bien y lo hacen más sólido.


Esa función cumplen, por ejemplo, las peripecias personales de los pacientes de Jodie Brett, la protagonista. Su trabajo de psicóloga nos permite entrar en secretos poco presentables de la fauna urbana de Chicago, que pueden ser los de cualquier grupo humano del primer mundo. Es como si la autora abriera un agujerito en la pared de la sala de terapia y nos permitiera contemplar la miseria de nuestros semejantes. Semejante experiencia, por un lado, satisface mi lado cotilla y, por otro, aumenta mi aprecio por el prójimo, pues me ratifico en la idea de que en el fondo es frágil e imperfecto.


La verdad está sobrevalorada

Me ha hecho gracia que la novela, hacia su final, sostenga una tesis a la que le he estado dando vueltas durante mucho tiempo. En flagrante contradicción con su profesión de psicóloga clínica, la protagonista no cree que afrontar los hechos dolorosos sea la mejor manera de superarlos. No. Ella prefiere encerrarlos en un rincón del cerebro, no alimentarlos ni darles oxígeno y esperar pacientemente a que mueran o se desintegren, se hagan polvo y cualquier brisa los arrastre y se los lleve.

No cree en las virtudes del dolor, pues conoce gentes que han sufrido mucho y eso no las ha convertido necesariamente en mejores personas. Queremos creer que el sufrimiento sirve para algo, que con él adquirimos un aprendizaje valioso, más que nada por encontrarle algún lado bueno, pero no siempre es así: muchas gentes que han sufrido “no han ganado sabiduría ni elegancia, no han conseguido recuperar los años perdidos ni reavivar su buena voluntad”.

No es garantíaa de nada eso de ir con la verdad por delante. ¿Qué problema hay en “desdibujar los hechos”? “Hay cosas que es mejor no examinar. No hay necesidad de mirar fijamente a los ojos a la realidad, si existe una forma más amable de mirarla”.

Hacia su final, La mujer de un solo hombre se nos convierte, pues, en todo un elogio de la mentira y el fingimiento, lo cual siempre resulta interesante desde el punto vista literario y no solo desde el punto de vista literario.


viernes, 5 de diciembre de 2014

"Babel" en Zinéfilaz


Estoy leyendo en estos días una novela negropolicial de Rosa Ribas titulada Don de lenguas. Las protagonistas e investigadoras de un crimen son una periodista y una lingüista; dos señoras, pues, que trabajan con el lenguaje, que manejan bien sus recursos y que se sirven de ese conocimiento en sus pesquisas y averiguaciones.

Don de lenguas me ha hecho acordarme de películas en las que las lenguas, los idiomas, cobran protagonismo y me han venido a la cabeza, entre otras, Lost in translation, Malditos bastardos, Vicky Cristina Barcelona y otra que yo pensaba que tenía que ver con esto, con el batiburrillo que supone la coexistencia de centenares de lenguas en este pequeño planeta, era esta, Babel, pero no era exactamente como yo pensaba.

Sigo contándolo en Zinéfilaz. Allí os veo. Chao.

martes, 2 de diciembre de 2014

Regalos anticipados

Falta mucho para Navidad y ya tengo que agradecer dos regalos (gracias, gracias, gracias), que son dos novelas negras. Y os preguntaréis: ¿a quién se le ocurre regalarme novelas negras a mí?

Pues a la editorial Sinerrata, que me ha hecho llegar en formato e-book El caso de la mano perdida, de Fernando Roye, con un investigador nuevo, de la Guardia Civil, que aterriza en el panorama de la novela negra española: el sargento Carmelo Domínguez. Bienvenido.

Todavía no he acabado de leerla, porque soy una lenta. Menos mal que hay gente que ya ha dado con ella y ha escrito cosas buenas en la red.

También ha tenido el detalle de enviarme un regalito la editorial Salamandra Black: se trata de La mujer de un solo hombre, de A.S.A. Harrison.

Como desde hace dos párrafos no ha cambiado mi situación y sigo siendo una lenta (algún día preguntadle a alguien si sabe cuánto tardé en leerme El rodaballo de Günter Grass), tampoco he podido terminarla. Así y todo, tengo elementos suficientes como para aventurar que asistimos al nacimiento de un subgénero: la novela negra para señoras, que mezcla asesinatos y crímenes con afrentas sexuales y conyugales.

¿Seguiré pensando lo mismo cuando acabe la novela? Pues no lo sé. Ya os contaré.