martes, 26 de julio de 2011

El campo del alfarero

Andrea Camilleri:
El campo del alfarero
Salamandra 2011
Traducción de María Antonia Menini Pagès

Esta es la novela número diecisiete de la serie de Salvo Montalbano. Diecisiete son muchas y en las últimas tenemos la sensación de que leemos todo el rato la misma novela. Pero no importa. Yo a Camilleri se lo perdono (casi) todo.

Este relato empieza, sin embargo, con un ingrediente nuevo: la traición.  Montalbano es engañado por uno de sus desde siempre fieles colaboradores y eso, también eso, le duele.

Digo que el relato empieza así, pero no sigue así. La traición se diluye pronto entre los habituales componentes narrativos de, al menos, estas últimas entregas de la serie: los achaques de la edad de Montalbano: Camilleri se ensaña con su personaje y parece disfrutar con ello; su soledad, su misantropía; los diálogos (a veces epistolares) con su otro yo; las farsas complicadas y enmarañadas, muy divertidas en ocasiones, que organiza para mofarse de sus enemigos de siempre; las habituales broncas con su antipática novia.

Y, cómo no, todas las mujeres que revolotean alrededor de Montalbano y, por supuesto, la inevitable tía buena ocasional, más o menos florero, más o menos perversa, más o menos inquietante y turbadora, más o menos adolescente, más o menos fantasía berlusconiana.

Decía antes que la traición acababa deshaciéndose y perdiendo importancia en el relato; o, al menos, el dolor que en un principio le causa a Montalbano. Persiste, sin embargo, y se mantiene con fuerza y con belleza, la alegoría bíblica de la traición de Judas a Cristo, entremezclada con los rituales simbólicos de la mafia siciliana en un cóctel de significantes y significados que se encamina, me da a mí, hacia el cierre de la serie.

viernes, 22 de julio de 2011

La pantalla global

Gilles Lipovetsky y Jean Serroy:
La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna
Anagrama, 2009
Traducción de Antonio Prometeo Moya

Hoy viernes me tocaba publicar en Zinéfilaz y me he decantado por poner cuatro líneas sobre este librito de Lipovetsky y Serroy que nos cuenta a dónde ha ido a parar el cine en estos tiempos nuestros en que la pantalla gigante de las salas oscuras ha cedido su corona de reinona a pantallitas pequeñitas que nos caben en el bolsillo.

Pasaos por Zinéfilaz a echar un vistazo. Nos vemos allá, pues.


lunes, 18 de julio de 2011

Shirley Jackson (y 2)

Lee, por fa, Shirley Jackson (1)


¿Me atreveré a explicar La lotería?
 Me atreveré, sí, pero a ver si lo hago bien.
La lotería habla de la violencia, pero no de la ocasional ni fortuita, sino de la ritual, la institucionalizada, la que existe porque sí y se disfraza incluso de alegría, de fiesta.
Jackson recoge en una alegoría moral el tiempo que le tocó vivir, con bombas atómicas y campos de concentración; y tampoco es descabellado barruntar que también apunta hacia la violencia contra las mujeres, que está por todas partes (en casa, en la calle, en la literatura, en el arte...) desde que el mundo es mundo.

El gran acierto, la genialidad de Jackson reside en que sitúa el escenario de toda esa brutalidad en una bucólica y pequeña ciudad de los Estados Unidos como Bennington, en Vermont, donde vivió durante décadas, uno de esos pueblecitos que "alguna vez hemos atravesado por carretera y nos han hecho sentir mal al pensar qué nos sucedería si de repente se nos averiara el coche", dice Kyla Ward.

Y, en segundo lugar, en que mantiene un admirable estilo tranquilo, sereno, frío, con un punto de humor negro y cruel, pero sin estridencias ni salidas de tono. Si sus relatos fueran cine, a pesar de ser de horror, no mostrarían ni un chillido ni un chorrito de sangre.


En Sudáfrica lo pillaron
Al parecer, Jackson se sentía orgullosa del impacto subversivo de su relato. Así lo revela al menos su viudo en una anécdota.
Diré primero que Jackson murió de un ataque al corazón mientras dormía, a la edad de 48 años, y que fueron su viudo, sus hijas e hijos quienes se ocuparon de divulgar su obra. Su viudo, Stanley Edgar Hyman, era profesor universitario y crítico literario; Jackson y él reunieron una biblioteca de más de cien mil volúmenes.
En fin, chascarrillos aparte, contaba Hyman que, cuando Jackson se enteró de que habían prohibido The lottery en la hoy República de Sudáfrica, exclamó: "¡Por fin alguien ha comprendido mi relato!"
Eso nos da una pista y la portada chusca que os he puesto ahí quizás dé otra.

Tuvo tiempo de escribir más cosas
a pesar de haber muerto tan tempranamente. Por ejemplo:
  • The Haunting of Hill House, novela de 1959 (La maldición de Hill House, Valdemar 2008), una puesta al día de las clásicas historias de fantasmas, con un comienzo epustuflante (la traducción es mía):
Ningún organismo vivo puede subsistir durante largo tiempo en la más absoluta realidad; parece ser que incluso los pájaros y los saltamontes sueñan a veces.

The Haunting se llevó al cine en 1963 y luego hubo un remake en 1999 con Liam Neeson y Catherine Zeta-Jones.
  •  The Bird's Nest, que también pasó al cine en 1957 como Lizzie.
  • We Have Always Lived in the Castle (Siempre hemos vivido en el castillo, Plaza y Janés 1990), novela de 1962 que tuvo una adaptación para Broadway.
  • Hangsaman, novela de 1951 que se basa en un suceso real acaecido en el mismo pueblecillo en el que vivía Jackson: la desaparición en 1946 de una muchacha de 18 años, que hoy en día sigue sin resolverse. Esta obra me liga a Jackson con la más pura tradición criminal y negra, aunque mantiene su habitual equilibrio entre verosimilitud y fantasía.
  • Y también me la liga este mordaz parrafito de Live Among the Savages (1953), un relato sobre su "idílica" vida familiar; la traducción sigue siendo mía:
Me puse a hojear el periódico mientras me tomaba el café del desayuno. Una mujer de Nueva York había tenido gemelos en un taxi. Otra de Ohio había traído al mundo a su décimo séptimo hijo. Una mexicana de doce años había parido un niño de casi seis kilos. Por fin, en la página veinte, encontré un asesinato a hachazos.

"Disfruto con lo que temo"
dejó escrito Jackson en una carta al poeta Howard Nemerov. Su talento, su retorcido dominio de la narrativa, todavía nos acecha, nos hiere, abruma y aplasta, nos da un toquecito punzante con algo que no encaja, que no acaba de ir bien, pero que reconocemos como dolorosamente familiar. Es, dice Paula Guran, como si estallara una bomba en nuestro cuarto de estar.

viernes, 15 de julio de 2011

Shirley Jackson (1)

Era yo una tierna estudianta de Traducción (sigo siendo estudianta, pero ya no tierna) cuando mis insignes profesoras me ordenaron verter del inglés al español The Lottery, un relato de 1948 de Shirley Jackson. Hasta entonces no había tenido yo noticia de esta escritora y desde entonces, desde que tuve que desmenuzar su relato para traducirlo (he buscado por todas partes mi texto para publicarlo aquí, pero me temo que me deshice de él; lástima), no me la he quitado de la cabeza.

Leo en la Wikipedia que Jackson publicó The Lottery en The New Yorker el 28 de junio de 1948 y provocó cientos de cartas de lectores conmocionados (Me identifico. A mí también me produjo una conmoción; una conmoción de placer.) y también airados, que se preguntaban qué significaba aquello. (Ahí no me identifico. Yo no me pregunté nada, no sé si porque para entonces ya había dejado de preguntarme por significados o porque lo comprendí todo. Todo).

The New Yorker, alarmado porque perdió decenas de suscriptores, publicó una lamentable nota de disculpa por haber herido la sensibilidad de su parroquia y Jackson, dos meses más tarde, abrumada por preguntas de lectores, contestó (la traducción es mía):


Me resulta muy difícil explicar qué quería transmitir con mi relato. Supongo que he trasladado un antiguo rito, particularmente brutal, a los tiempos presentes y a mi propia ciudad, con la intención de producir un shock en los lectores mediante una dramatización gráfica de la violencia gratuita y de lo inhumano de sus propias vidas.

De hecho, Jackson siempre se negó a ahondar en las explicaciones de La lotería, lo cual, como es lógico, ha dado pie a interpretaciones de todo tipo, de lo más ramplón a lo más estrafalario. Sea como fuere, tras el escándalo inicial, La lotería fue haciendo su camino, ha llegado a adaptarse para el teatro, la radio e incluso la danza, como veis en el cartel, y hoy se lee en todas las escuelas.

De momento, vale con este primer capítulo sobre Jackson. Continuará.

sábado, 9 de julio de 2011

Lide Kaltzada

Arquitectura insostenible


Sin poesía


La percepción y la realidad

Por más que he buceado por la red, no he encontrado web ni sitio alguno a donde enviaros para que conozcáis mejor a esta pintora, Lide Kaltzada.
Me habría encantado que vierais su colección "La educación sentimental", que expuso en el Museo Euskal Herria de Gernika en 2009, en la que recrea la imaginería mariana con vírgenes con niño y todas las nuestras señoras: de la Cabeza, de la Soledad, de la Consolación... 
Pero solo he encontrado en la red esta Santa María la Mayor:




Lide Kaltzada no está más de lo que está en Internet, seguramente porque no quiere. No dudo de que sabe lo que hace.

martes, 5 de julio de 2011

Vampires, de Thierry Jonquet: ¿de verdad no existen?

¿Qué os puedo decir de esta novela? Que más de una vez me ha dejado con la boca abierta en el transporte público. Ya pensarían mis compañeros de vagón de metro: ¿a esta pobre qué le ha dao? Y luego, me apeaba y en las escaleras mecánicas aprovechaba para leer un ratito más.

De sorpresa en sorpresa he ido, pues, alucinada (y a ratos también estremecida) por el atrevimiento de Jonquet. Lo cierto es que no podía haberse despedido de este mundo con una historia más extravagante y más atrapante. Os cuento.

Ya os dije que Vampires es una novela inacabada. Se para en la página 185 cuando por lo menos daba para unas doscientas más. Sin embargo, te deja con la sensación de que lo leído ha merecido la pena,  en cierto modo compone una unidad y no supone ningún embrollo.

Jonquet se atreve, como ya hizo en Ad vitam aeternam, con un género difícil y raro, lo que alguien ha dado en llamar negro fantástico o gótico social. Jonquet le es infiel al polar y se adentra en los territorios del fantástico, el horror (las primeras páginas de Vampires horripilan tanto como las de Moloch) e incluso la ciencia ficción (se atreve con una explicación "científica" del vampirismo), sin dejar de dar caña a la situación política francesa. Tengo leído por ahí que practica el travestismo con los géneros narrativos. Es difícil que con todos estos ingredientes salga un cóctel decente; pues bien, él lo logra y no solo es decente, sino genial y delicioso.

Así, por el lado realité, vuelve a ambientar la novela en Belleville, su barrio de París, y vuelve a rellenarla de todos los problemas que allá se viven: comunidades religiosas o raciales replegadas sobre sí mismas, desconcierto moral, violencia, intolerancia... Allá van a parar estos vampiros de Jonquet, que son, por supuesto, rumanos y no se nos puede olvidar la que lió Sarkozy con las expulsiones del verano pasado.

Me hace gracia leer algo que publicó en 1997:
La monstruosidad está más extendida por el mundo que la estupidez. Ambas son una fuente inagotable de asuntos narrativos que a mí me gusta explorar. A menudo me deja estupefacto la sección de sucesos de los periódicos, pues me revela la existencia de monstruos vulgares y corrientes, de ogros bonachones, de psicópatas perfectamente integrados en nuestra sociedad, cuya conducta privada se abisma en las más profundas simas de la ignominia.
Me hace gracia leerlo porque, sin saberlo quizás, estaba describiendo a estos sus vampiros.


Para acabar, os doy noticia de un par de cositas de Jonquet que han ido a parar a la tele. Primero, la serie Boulevard du Palais, basada en los personajes de Les Orpailleurs. Y segundo,  Fracture, un telefilm basado en Ils sont votre épouvante et vous êtes leur crainte, con guion de mi viejo amigo Emmnauel Carrère. A ver cómo hago para agenciármelo.

viernes, 1 de julio de 2011

Párrafos selectos de "El silencio de los claustros"

Como os prometí en mi anterior entrada, aquí va una cuidadosa selección, palabra a palabra, de lo más granado de esta novela.

La gente sencilla aprecia el uso de la frase hecha.
Esto me recuerda, una vez más, que tengo que aprender a manejar tópicos conversacionales, a ejercer la función fática pura, a hablar del tiempo (¡oh, dioses, lo que me va a costar!) y de lo caro que está todo. Pero ¿de verdad es necesario todo eso para ser amable?

Las estadísticas nos dicen que cada vez hay más asesinatos gratuitos, sin un móvil real. Y los asesinos, que no suelen ser superdotados, cada vez consumen más ficción barata; de manera que muy bien pueden dedicarse a copiar los modelos.
Bueno, esto de la interacción de ficción y realidad tiene mucho interés y mucha miga. No me voy a meter ahora con ello, aunque me apetece, porque debería reflexionar un poquillo más e ilustrarme con lecturas apropiadas. ¿Alguien me recomienda algo?

Como siempre que aquella pobre chica abría la boca, me invadió una oleada de indignación.
A mí también me pasa, Petra, querida. Hay gente que me saca de quicio haga lo que haga y diga lo que diga. Y no sé bien por qué; o no quiero saberlo, porque eso supondría adentrarme en las tenebrosidades de mi alma.

El sentido del humor es lo último que queda cuando se ha perdido todo lo demás. Por eso el que no lo tiene anda jodido.
Pues sí. Acabo con este elogio del sentido del humor, que puede funcionar, como las religiones, cual potente droga contra las perrerías de esta vida.