lunes, 31 de mayo de 2010

De volcanes e islas

Ya sé que no os interesa mi vida, pero como últimamente ando vaciando mi casa para mudarme (sólo me cambio de barrio y por una temporadita nada más), me estoy encontrando cosas que ni sabía o ni recordaba que tenía y, entre ellas, el cotizadísimo libro La isla secreta. Un recorrido por Islandia, de Xavier Moret. Digo cotizadísimo porque tengo oído que lleva tiempo sin reeditarse y que, al parecer, es muy demandado por la gente que se va a hacer turismo a Islandia. [Ummm. Pensamiento malvado que me asalta: ¿cuánto me darían por él en eBay?]

Que no, que no, que es broma, que me ha gustado mucho el librito. Empecé a hojearlo un poco a lo tonto, por si decía algo del dichoso volcán de las cenizas voladoras y, a pesar de que no soy nada aficionada a la literatura de viajes (me da más por escribirla que por leerla, ya veis), me ha enganchado el estilo ligero y directo de Moret.

Y por supuesto que me he enterado de cosas curiosísimas sobre Islandia. Por ejemplo, el puñetero volcán Eyjafjallajökull resulta que es un volcán de segunda fila, de chichimierda (tengo que incorporar esta palabra a mi Vocabulario Caduco de la Margen Izquierda), y el que da miedo de verdad, el que la va a liar parda en cuanto tosa un poquito, es el Snaefellsjökull, el que se ve de Reikiavik, al otro lado de la bahía, cuando está despejado, como en esta bonita foto. Además, por el cráter del Snaefellsjökull se introducían los personajes de Julio Verne en su Viaje al centro de la tierra.

Ya imaginaba yo, antes de comenzar la lectura, que en Islandia sucederían cosas raras y, en efecto, así es. Por ejemplo, en verano nunca se hace del todo de noche y en invierno sólo tienen cuatro horas de sol, así que se entretienen comiendo tiburón podrido. Sí, amigas, lo pescan, lo entierran, esperan a que se pudra y se lo zampan.  Los forasteros dicen que sabe a amoniaco. ¡Delicioso!

Y ya que hablamos de forasteros, os contaré que no son del todo bien acogidos en Islandia. Cobran menos que los indígenas y durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército norteamericano pasó allí una temporadita, exigieron que no pisaran la isla soldados negros, celosos de su hermosa raza rubia.

Moret apunta más cosas que le han parecido raras de Islandia, pero resulta que no son cosas que sucedan sólo en Islandia, sino también en otras islas volcánicas, como las Azores; por ejemplo, eso de cocinar enterrando simplemente las ollas en las zonas volcánicas.

En toda Islandia vive menos gente que en Bilbao y, así y todo, tienen teatro, ópera y orquesta nacional y un nivelazo de vida. Bueno, he escrito todo esto en presente, aunque quizás debería haberlo escrito en pasado, porque lo que cuenta Moret sucedió antes del batacazo financiero de 2008. Así que, Xavier, por fa, date otra vuelta por tu isla querida y escribe una segunda parte. La leeré muy a gusto.

Xavier Moret: La isla secreta, Ediciones B, 2002

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viernes, 28 de mayo de 2010

Siete rarezas


que me propuso mi prima Jo allá por la pasada década. Hay que contar siete rarezas y me temo que voy a repetir cositas que ya conté en el meme de las diez cosas que no hago, pero qué le voy a hacer, tengo mis límites y tampoco me apetece contarlo todo.

Se lo dedico, con todo mi cariño, a El hombre elefante, que ese sí que era raro, raro, raro. Y, por supuesto, que lo siga quien quiera.

1- Me gusta leer vidas de santas y santos, me encanta el arte religioso, sobre todo el popular (la imaginería, vamos) y me trago todas las procesiones semanasanteras que puedo. A mí esto no me parece tan raro, pero cuando lo cuento, la gente alucina, así que he acabado por pensar que quizás sí lo es.

2- Adoro la tele, lo cual, según algunas mentecatas, es incompatible con la intelectualidad. No creo que, por defecto, un libro sea siempre mejor que un producto televisivo. Hay libros que son una mierda.
3- No bebo alcohol. No sé nada, pero lo que se dice nada nada, ni puta idea, vamos, de vinos. Tampoco fumo, pero eso no es tan raro. Lo de no beber, en cambio, te convierte automáticamente en marciana en ciertos ambientes. No siempre fui así; he conocido épocas mejores: fumaba y bebía, pero lo dejé.
4- No sé cocinar. Si me pedís una receta, como mucho os daré la del café con leche. Pero me encanta comer. Menos mal que tengo ese rasgo de bilbainita.
5- Me gusta que llueva. Me cabreo con la gente que vive aquí, a orillas del Cantábrico, y se queja continuamente del mal tiempo. ¡Por el amor de Dios! Aquí no ha hecho buen tiempo NUNCA. La culpa de esto la tiene la globalización y el Bilmanbús: con tanto viaje a Alicante se creen que tenemos derecho al clima mediterráneo. ¿Y esa tontería de "si hace malo, no puedes hacer nada"? Jesus, Maria ta Jose! Me habría pasado la vida paralizada.

6- No leo novedades editoriales. Salvo las de un puñadito de autoras y autores que sé que no me van a defraudar. También huyo conscientemente de los best-sellers, para no tener que opinar sobre ellos.

7- Detesto las bolsas de plástico. Me producen un profundo disgusto estético. De verdad que afean el mundo. Mandaría a la cárcel a la gente que las tira por cualquier lado. Sin olvidar lo ecológico, claro.

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lunes, 24 de mayo de 2010

Ritos de muerte


Con esta novela inauguró Alicia Giménez Bartlett (¡uy! por una letrita no se llama igual que el presidente de los Estados Unidos) la saga de la inspectora Petra Delicado y el subinspector Fermín Garzón, quienes para mí tendrán siempre la cara de Ana Belén y Santiago Segura, por aquella serie de televisión fallida, muy fallida, entre otras cosas porque parecía escrita por guionistas enemigos de la lengua castellana.

Tres cosas diré de la novelita.

Una. Que, como es la que inicia la serie, en ella colisionan por vez primera los protagonistas: Quijote y Sancho otra vez. Petra es, en principio, barcelonesa, culta, sofisticada; Fermín, de la España un poco más profunda, perteneciente a una octava o novena generación de esclavos, sin estudios, sin "clase" (el colmo de la clase es que tu madre hable francés, dice), pelín cateto. Curiosamente no hay en ninguna de sus novelas una descripción física de Petra, pero abundan las de Fermín y no lo equiparan a Adonis. Pero, claro, al final resulta que Petra no es tan refinada, tiende a lo marginal, dice tacos, juega a ser vulgar y acaba confesando que ha ganado en humildad; y Fermín no es tan cazurro ni palurdo y acaba confesando que ha aprendido a conocer a las mujeres, lo cual es un rasgo de sabiduría y mundanidad.

Dos. Que la peripecia da de lleno en un asunto no tan anacrónico como en principio parece. Me refiero a lo que, a falta de una denominación mejor, que no acabo de encontrar, servidora llama marujas tóxicas y malas. Son esas liberticidas que mantienen en pie la casa de bernarda alba con las ventanas cegadas, invadida de miedo, oscuridad, amargura y culpa, y llena de mujeres que se odian unas a otras porque se odian a sí mismas.

Tres. No me parece mal meterle caña al periodismo truculento, pero de ahí a demonizar la tele en general, de ahí a insultar a las señoras pobres que van a la pelu para salir guapas en un talk show, va un trecho. No comparto esa visión apocalíptica de los medios dañinos, de la tele como el anticristo. Es atrozmente elitista y roza lo antidemocrático.

Aunque sólo fuera porque es casi la única mujer en España que pinta algo en esto de la literatura negropolicial, merecería la pena seguir a Alicia Giménez Bartlett. Pero, claro, no sólo por eso.

Predigo un laaaargo verano en compañía de Alicia, Petra, Fermín y todas sus novelas. Qué bien lo voy a pasar.

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viernes, 21 de mayo de 2010

La extrañeza del día

Hay días en que no para una de oír frases extrañas.
Han sido éstas:


Yo soy un hombre que no opino nunca de nada.
Un señor entrevistado por Usun Yoon en El Intermedio.

¡Ya queda menos para las fiestas de Uribarri!
Una señora que pasaba por la calle.

Qué mal se reparte un besugo.
Mi madre.


Señoras y señores, estaré encantada de leer las suyas.
Que pasen un buen fin de semana.
Quédense con Billie Holiday y su Strange Fruit.




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lunes, 17 de mayo de 2010

Poesía de barra

Como bilbainita atípica que soy (una vergüenza para mi estereotipo, que diría House), no me gusta tomar potes, vinos, chatos ni hacer nada que se parezca a peregrinar de bar en bar y competir a ver quién vacía el vaso antes. La fauna de taberna no me atrae, pues, demasiado, porque, a diferencia de lo que sucede en la literatura, el cine y el rock-and-roll, las verdaderas historias de barra son ordinarias, ramplonas y apenas se las entiendes a quien te las cuenta.

No habría hecho caso, pues, a este librito, si no hubiera venido de la mano de Nati de la Puerta, editora independiente y suicida que, además, es querida vecina porque tiene las oficinas de A Fortiori al ladito de mi casa, y cómplice múltiple en conspiraciones varias.

Como ella lo explica muy bien, copio y pego sin más sus palabras:

Aunque 'usar y tirar' es una característica de nuestra época, también lo es el trazar sobre una servilleta de papel o sobre un posavasos nuestros sentimientos y emociones, como uno de los modos más naturales de exhibirnos en lugares comunes, al alcance de cualquiera. Poemas efímeros, volátiles. Poesía de barra que no conocerá la posteridad si no es recogida y expuesta a vuestro paladar, perpetuándolo en este libro que recoge poemas y pensamientos escritos sobre servilletas de papel, posavasos y otros soportes. Recogidos por A Fortiori Editorial a lo largo de dos años, en encuentros de poetas y escritores.

Y os pongo un ejemplito poético aquí:


¿A que mola? Pues nada, que lo disfrutéis.

Ved aquí más libros de A Fortiori. Aquí la ficha completa de Poesia de barra. Y lo que ha publicado al respecto El País.

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jueves, 13 de mayo de 2010

Galería de malas

No voy a repetir la machacada cita de Mae West.
No desvelaré nada a nadie si digo que siempre me gustaron más las malas que las buenas.
Eran más sabias, más poderosas, más elegantes, más verdaderas, más libres.
Miraban con un ojo insondable de negrura oceánica.
Tenían dentro todos los secretos de todo lo que merecía la pena saber.







Bilbao, jueves 20 de mayo
Salón de actos de Lan Ekintza
Paseo de Uribitarte, 3
17:30-19:30

Si dejáramos de querer ser Doñas Perfectas, ¿qué cambiaría?


Ven y participa.
Seguiremos informando.

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lunes, 10 de mayo de 2010

Golpe de sangre

Sara Paretsky: Blood Shot, 1988
Golpe de sangre, Ediciones B, 2008
Traducción de Eva Rodríguez Halffter

Me pregunto por qué consideran a Sara Paretsky renovadora, feminizadora de la novela detectivesca, subversora de sus normas patriarcales y no a Sue Grafton. Sara Paretsky creó a su investigadora Victoria Warshawski cuando la detective Kinsey Milhone, hija de Grafton, ya trotaba por las aceras de Santa Teresa, y también Milhone es una tía dura e independiente. De hecho, Paretsky homenajea a Milhone y a Grafton en esta misma novela, Golpe de sangre, sin ir más lejos, cuando Victoria Warshawski dice:
Siempre he sentido cierta envidia de la inmaculada contabilidad de Kinsey Milhone; yo ni siquiera tenía los recibos de las comidas y la gasolina.
¿Por qué, pues, una sí y otra no? Sólo se me ocurre que Paretsky tiene una intención política explícita y Grafton no. De hecho, la intención política de Paretsky se hace en Golpe de sangre demasiado explícita y demasiado dominante: Warshawski está aquí más desfacedora de entuertos que nunca, rígida y moralista, sin contradicciones, cargante. Con todo, al final de la novela recibe una lección de humildad y la cosa va mejorando, como mejoran, también, en general, las novelas de Paretsky, de modo que puedo decir que la más redonda de todas es Fuego, la última que se ha publicado en castellano, que no abandona en absoluto el hilo político (ni falta que hace, por supuesto; a mí me va el rollo politiquero noir este), pero tampoco ahoga lo literario ni lo demás.

Y en este camino ascendente de calidad literaria, atención a la ultimísima de Paretsky, Hardball, que se ha publicado ya en los yueséi. Warshawski recibe el encargo de buscar a un hombre desaparecido en el turbulento Chicago de la década de 1960, con sus sangrientos conflictos raciales, por donde pululan Martin Luther King y, unos añitos después, un joven activista mulato con cuerpo de gacela, que responde al curioso nombre de Barack Hussein Obama y apunta maneras.

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lunes, 3 de mayo de 2010

Juantxu Rodríguez

Yo conocía a Juantxu Rodríguez de vista. Le veía por la ventana pasar a menudo frente a mi casa. Era pequeñito, rizoso como Maradona y evidentemente fotógrafo: siempre cargaba con cámaras y otro material profesional.

Luego Juantxu voló hacia las alturas fotográficas; dejé de verle pasar por mi calle y seguí sus exitosos pasos por la prensa, hasta que el ejército norteamericano lo mató durante la invasión de Panamá. Juantxu estaba allí con Maruja Torres trabajando para El País. ¿Os acordáis?

Felizmente, hasta entonces Juantxu Rodríguez tuvo tiempo de hacer muchas fotos. La editorial La Fábrica publicó algunas en un Photobolsillo. Por supuesto que mis favoritas son las de la Margen Izquierda de la ría de Bilbao, que es mi casa, mi patria y mi infancia, con ese tremendo blanco-negro-gris que tan bien le sienta a este paisaje.

Además, Juantxu nos fotografió en los duros años ochenta del siglo XX, cuando encabezábamos los ránkings más siniestros: desindustrialización, desempleo, pobreza, degradación, drogodependencia, convulsión social, terrorismo... Yo no he vivido una guerra, pero aquellos fueron tiempos verdaderamente difíciles; y se recuerdan poco.

Por eso son importantes esas fotos, porque nos obligan a recordar nuestra vida o, al menos, una buena parte de ella. ¡Cómo no me van a emocionar!

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