domingo, 31 de agosto de 2008

El regreso

Llevo un boli nuevo en la cartera,
pero tengo arena aún en los bolsillos
y piedras de colores en la mano.

Didier Dufresne: El regreso. La traducción es mía.


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viernes, 22 de agosto de 2008

Quinta y última crónica araceniense


Ya me toca despedirme y empezar a echar de menos las piedras blancas de las iglesias, sus techumbres con reflejos cobrizos y los azulejos con la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor.

Llevo, en cambio, pegado a los ojos, el azul cielo limpísimo, la sombra de los alcornoques y las flores rojas de los balcones.

Digo adiós y hasta siempre a los pajarillos madrugadores, la brisa agradecible de la sierra, la luz inundadora de la mañana y la doradísima del atardecer; a las calles blancas y las rejas negras de las ventanas.

Me voy de Andalucía, después de haberle robado algo de paz de espíritu.


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jueves, 14 de agosto de 2008

Cuarta crónica araceniense


Me estoy aficionando demasiado peligrosamente a la forma de alimentarse de Aracena. Todo gira alrededor del cerdo y el pan tostado. El pan tostado es una delicia que se toma a todas horas: para desayunar, almorzar, comer, merendar o cenar, con mermelada, manteca, mantequilla, aceite de oliva o solo. Y, claro, hay que acompañarlo con unas lonchitas de jamón o, por variar un poco, con lomo ibérico. Tampoco le va mal un queso de cabra típico de la zona u otro de oveja, muy curado y muy sabroso, que compré en la tienda el otro día.

Luego están las demás partes comestibles del cerdo ibérico: el solomillo, el lomo, la pluma, la presa, el secreto... Antes de llegar aquí, incluso desconocía la existencia de algunas de ellas. ¡Lo que da de sí un puerco, madre mía! Todo eso se puede ver y aprender en el Museo del Jamón, aquí en Aracena.

Me pregunto qué sentirá la población musulmana que vive aquí; soledad, supongo. Bueno, siempre les quedarán las setas, abundantes en la sierra y deliciosas, que se comen en revuelto, cazuela o croquetas. Y, como estamos a escasos cien kilómetros de Portugal, han llegado hasta aquí las benditas recetas de bacalao. El otro día comí aquí en Aracena, en La Serrana, un lomo estupendo con una salsa riquísima de tomate y calabacín. Y, para compensar, otro día, crucé la frontera y en Serpa, en el restaurante O Alentejano, me zampé un sublime arroz con pato.


En la foto, la portada manuelina de la iglesia de Almonaster la Real.

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sábado, 9 de agosto de 2008

Tercera crónica araceniense


Aracena tiene un poco de isla, un algo de microuniverso finito: la ciudad grande que le queda más próxima es Sevilla y está a ochenta y ocho kilómetros de carrerera serrana, nada de autopista. Huelva queda aún más lejos: a ciento cinco kilómetros, también por carretera.

Le falta a Aracena, claro, el cuello de botella de las islas de verdad, el embarcadero o pequeño aeropuerto por el que no hay más remedio que pasar para entrar o salir, pues de aquí parten unas cuantas carreteras para el norte, para el sur y pa to los laos.

Tiene de microuniverso finito, en cambio, que no ofrece mucho donde elegir, sólo uno de cada: una heladería, un solo supermercado grande, un teatro, una televisión local...

Hay, eso sí, montones de confiterías donde venden dulces de aspecto arrebatador, espléndidas tartas y panes artesanos y, cómo no, multitud de tiendas con productos del cerdo y nombres curiosos como Artesanía del Cerdo Ibérico, que me hace pensar en un cochino cestero o alfarero, o La Boutique del Cerdo, donde podrían vender ropita para gorrinos.


En la foto, ventana de Aracena en la Plaza Alta, subiendo al castillo.


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lunes, 4 de agosto de 2008

Segunda crónica araceniense


Mi casa de Aracena estaba antes, según dice mi casera, "en las afueras afuerísimas", pero el pueblo la fue engullendo y ya está dentro del casco urbano, un poco en la esquinilla y justo donde empieza el recinto ferial, la feria, que están empezando a organizar. En mi misma puerta están levantando la portada del recinto; ahora no es más que tubos y alambres, pero pronto será bombillitas de colores.

Eso será de noche, porque aquí, en Aracena, la vida empieza cuando el sol está ya bien caído y no madruga nadie: a las nueve de la mañana el mercado está desierto, con algunos puestos todavía sin instalar, y los kioscos de periódicos, cerrados; las piscinas, las públicas y las privadas, abren a las doce del mediodía; a las ocho de la tarde aún no ha despertado Aracena de la siesta y las plazas están vacías; el cine y el teatro, la animación en bares y restaurantes, comienzan a las diez y media de la noche... Todo de noche.

A mí, más que la noche, me gusta el anochecer, cuando el cielo va pasando por todas las tonalidades del azul al negro, las calles huelen a flores y salen de cacería las golondrinas y los murcielaguillos.

La foto la he hecho por la mañana, temprano, en la plazoleta de San Pedro, donde hay una escultura de un vestidito de niña.


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