sábado, 31 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (y 5)


Leed aquí los fragmentos anteriores: 1, 2, 3 y 4.

Dos días después, Charlotte se encontró por casualidad con Anita y Mirko en la calle. Casi no reconoció a Anita, porque llevaba los zapatos de tacón de charol negro que le había regalado, el pelo cardado, lápiz también negro en los ojos, rojo carmesí en los labios y esmalte plateado de uñas. Ahora tiene el mismo aspecto que todas, pensó Charlotte decepcionada. Qué lástima, malditos los del Oeste y su idea caduca de la belleza.

Ésta es mi amiga Charlotte, dijo Anita altanera. Mirko hizo un leve gesto de asentimiento. Era pequeño y tenía la piel azulada por el frío. Llevaba puesto el abrigo de cachemira de Charlotte.

Mirko hace tonterías, dijo Lena a Charlotte de repente, durante el baño.
¿Qué hace?, preguntó Charlotte intrigada.
Lena se rió, feliz.
¡Pam, pam, pam!, y dirigió el mando de la ducha hacia Charlotte como apuntándola con un arma.
Charlotte prohibió a Anita traer a Mirko a casa cuando estuviera Lena.
Creo que se altera cuando estáis juntos, dijo a Anita. Especialmente ahora que su padre está fuera.
Anita la miró un poco desconcertada, con sus ojos de lechuza pintados de negro. Desde que se habían encontrado por casualidad en la calle, siempre la veía maquillada.
Y por favor no juguéis a la guerra con ella, prosiguió Charlotte. No me gusta. Y no le des hamburguesas para comer. He visto los envoltorios en la basura. La alimentación saludable es cuestión de educación.
Yo odio la comida sana, dijo Anita despacio.
Tú no tienes ni idea de lo que es eso. Te has pasado la vida alimentándote mal, alzó la voz Charlotte enfadada. Tras una breve pausa añadió en voz baja: Lo siento. Ha estado mal lo que te he dicho. Perdón.
Anita se encogió de hombros.
Me alegro mucho de haberte encontrado, dijo Charlotte verdaderamente alegre. Abrazó a Anita y la estrechó tanto que le pareció que retrocedía ligeramente, pero no podía estar segura.

Los alumnos chinos habían organizado una visita de tres días a los palacios reales e invitaron a Charlotte a acompañarlos. Zhou la cogió de la mano:
Por favor, le había dicho. Sin usted no lo pasaremos bien.
Te pago cien marcos al día, dijo Charlotte a Anita, más lo que haga falta para que comáis Lena y tú. ¿De acuerdo?
Anita sonrió y aceptó el trato. Luego dijo:
Pero primero tengo que preguntarle a Mirko, porque no le gusta dormir solo.
Y se retiró el cabello del rostro. Hacía ya tiempo que no llevaba su antiguo peinado pasado de moda.
Charlotte se alejó y miró por la ventana. ¿Pasaré la noche con Zhou?, pensó.
Mirko puede venir a dormir a casa, dijo luego, pero no me gustaría que Lena pensara que vosotros sois sus padres. ¿Comprendes? No me gustaría que Mirko se convirtiera en su figura masculina de referencia.
Figura masculina de referencia, repitió Anita. ¿Qué hace tu marido en América?
Oh, dijo Charlotte despreocupada, está trabajando.
Anita la miró atentamente, como si esperara más información. Luego Charlotte sigió hablando.
Necesitamos vacaciones mutuas. Nos gusta estar solos de vez en cuando, no ser siempre pareja. Quizás no lo comprendas.
Hmmm, dijo Anita. Yo lo comprendo todo.
Se miraron y se rieron.
Esta mocosa dice que me comprende, pensó Charlotte desconcertada.

Durante la noche anterior al viaje Charlotte apenas pudo dormir. Iba a estar sola por primera vez desde que tenía a Lena. Podría meditar, ir sola al retrete, comer en paz y silencio, tontear con los hombres, dormir. Anotó cuidadosamente todos los números de teléfono para emergencias y redactó un verdadero catálogo con todas las instrucciones que se le ocurrieron: No dar caramelos a Lena. Guardar bien el detergente. El mango de la sartén, hacia adentro. No dejar a Lena sola en la bañera.
Anita llegó puntual a las seis y media de la mañana, con un bolsito de plástico colgado de un hombro. Estaba extrañamente pálida.
Tengo que decirte algo, dijo en voz tan baja que Charlotte apenas la oyó. Cien marcos al día es poco. Miró hacia abajo, hacia los zapatos de Charlotte que llevaba calzados. Me he informado.
En los ojos de Charlotte centelleó, como una luz roja de neón, una palabra: DESAGRADECIDA. DESAGRADECIDA. DESAGRADECIDA.
Ah, dijo Charlotte fríamente. ¿Cuánto?
Trescientos al día, respondió Anita sin mirarla.
Guardaron silencio. A Charlotte le ardía la cara de enfado.
Yo no cobro ningún subsidio, ni salario mínimo ni renta social ni nada, musitó Anita mirando otra vez hacia las puntas doradas de sus zapatos.
Eso se lo ha enseñado Mirko, pensó Charlotte. Qué mal bicho. Me quiere chantajear.
Y preguntó a Anita con voz suave, defraudada:
¿De verdad crees que te trato mal? ¿Yo te trato mal?
De repente, Anita se echó a llorar. La máscara de pestañas barata le dibujó amplios surcos negros sobre la cara.
Me sabe mal discutir por dinero, esnifó.
Charlotte le dio un pañuelo de papel. Anita dejó caer la cabeza sobre la mesa y siguió llorando. Charlotte la tomó entre sus brazos desengañados. Maldita rata. Y yo que pensaba que tenía que ayudarte.
Mi tren sale dentro de veinte minutos, dijo.
Anita levantó la cabeza del mantel de plástico azul y se encogió de hombros.
Charlotte permaneció callada, implacable.
Anita cogió su cartera del bolso, sacó una fotografía y la dejó sobre la mesa. Charlotte la cogió. Anita, con el pelo teñido de rubio y unos pendientes enormes, llevaba en brazos a un bebé regordete con un pijamita de color lila. Junto a ella, un hombre rubio y pálido, cuyo rostro era ya irreconocible, de tan gastada que estaba la foto. Anita apuntó con el dedo al vientre de Charlotte y cruzó los brazos a la altura de las caderas. Luego levantó la mirada hacia Charlotte. Tenía los ojos secos.
Doscientos, susurró.
Ciento cincuenta, dijo Charlotte.



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viernes, 30 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (4)


Leed aquí las partes 1, 2 y 3.

Lena se despertó llorando a las cuatro de la madrugada.
¡Nita! ¡Nita!
Ya viene, dijo Charlotte. Se quedó de pie, mareada de cansancio, junto a la cama de Lena, y se inclinó hacia la niña.
Ahora tienes que dormir un poco y luego viene Anita.
Lena la miraba dubitativa. Su pequeña caja torácica subía y bajaba.
Nita, susurró y miró más allá de Charlotte, hacia la oscuridad.

Charlotte telefoneó a Robert. Justo salía a cenar.
Sólo le deja a Anita limpiarle el culete, dijo.
¿Qué prefieres?, preguntó Robert. ¿Que la quiera o que la odie?
No tendría que quererla más que a mí, dijo Charlotte e intentó reírse. ¿Con quién vas a cenar?
Con cuatro señores aburridos vestidos de negro.
Ajá.
Ya llego tarde, dijo Robert. Que duermas bien.
Sí, dijo Charlotte.

Invitó al señor Zhou, el apuesto chino, a tomar café en casa.
Zhou debió de enteder mal la invitación, pues se presentó con una mochila llena de comida, un wok y utensilios de cocina chinos.
¿Dónde está la cocina?, preguntó. ¿Cómo se llama su hija?
Ésta no es mi hija, es la niñera. Se llama Anita. Y ésta es Lena. Pero no debería molestarse en cocinar. Por favor, Zhou. Yo quería invitarle a tomar café, a la típica sobremesa alemana, a charlar un rato...
¿No le gusta la comida china?
Oh, sí, claro que me gusta, dijo Charlotte.
Zhou se pasó cocinando una media hora y luego no comió nada.
Charlotte cambió los palillos por un tenedor, para no poner a Anita en un aprieto.
Zhou observaba a las tres mientras comían y, cuando se les vaciaba el plato, les descubría una nueva delicia.
A un plato yin le sigue un plato yan, explicó.
Que aproveche, dijo Lena y cogió a Zhou de la mano. Luego tomó un puñado de arroz y se lo esparció por la cabeza a Charlotte.
Anita le dio un golpecito en los dedos.
Con la comida no se juega, le dijo enérgica. Zhou asintió y sirvió finalmente una sopa.
Guardó otra vez su wok.
Tiene usted una sonrisa preciosa, le dijo a modo de despedida a Charlotte. De vuelta en la cocina, Charlotte se rió.
Está enamorado de ti, dijo Anita.
¿Qué?, siguió riendo Charlotte.
Te miraba todo el rato a los ojos.
Anita recogía con los palillos de Charlotte los granos de arroz esparcidos por la mesa.
Me estás tomando el pelo, dijo Charlotte. Anita la miró con ojos limpios y dijo que no con la cabeza.
Llevaron juntas a Lena a la cama. La niña insistió en rezar con las dos.
Jesusito de mi vida, haz que sea buena y que vaya al cielo, rezó Anita.
Sabe comer con palillos y rezar, pensaba Charlotte. Me miente.
Anita se puso la chaqueta. No la había visto ni una sola vez con el jersey azul de angora ni con el abrigo de cachemira que le había regalado.
Quédate un momento, dijo Charlotte; y le puso una mano sobre los hombros. Si te apetece, claro.
Anita se quedó un momento contemplando la mano de Charlotte sobre su hombro y luego se quitó la chaqueta.
Charlotte le ofreció un vaso de vino.
Cuéntame algo de ti, le dijo. ¿Tienes novio?
Se llama Mirko y es yugoslavo, respondió Anita obediente.
Pobrecillo, dijo Charlotte.
¿Por qué?
Esa horrible guerra, ese odio, esa crueldad con la que se tratan entre ellos. ¿Qué es? ¿Serbio? ¿Croata?
Anita se encogió de hombros.
¿Nunca le has preguntado de dónde es?
No, contestó Anita, él tampoco me pregunta a mí.
Llevaba tres semanas viviendo con él en un apartamento minúsculo. Mirko era camarero en un café-teatro. Anita lo esperaba a la salida todas las noches a las tres de la madrugada.
No vaya a ser que se lo liguen esas tías del Oeste, dijo a Charlotte.
¿Qué hacéis cuando estáis juntos?, preguntó Charlotte. Anita la miró sin comprender la pregunta. Quiero decir, cuando no estáis en la cama, añadió con una sonrisita.
Nada, dijo Anita.
Pero algo tenéis que hacer.
Anita permaneció en silencio.
A veces vamos con Lena al zoo, dijo por fin.
¡Ah! ¿Lena lo conoce?, preguntó Charlotte sorprendida.
Vemos vídeos. Sin Lena, claro, dijo Anita; y se bebió el vino de un trago. Charlotte brindó por ella.
¿Y qué películas veis?
Ayer vimos "Las caras de la muerte". Es un documental que le ha prestado a Mirko un amigo. Se ve cómo cuelgan a uno y a otro lo decapitan en África o por ahí, y en China, o en el Tibet, no sé, cuando te mueres, cogen tu cadáver y lo despedazan con un hacha grande, y el tronco lo dejan para que se lo coman los buitres. A una mujer la parten por la mitad, que se le ven las costillas, y suena como cuando el carnicero despedaza un bicho y saca una pierna, los brazos y la cabeza, que cuesta cortarla y tienen que darle unos cuantos hachazos, y luego se ve que ha salido despedida bastante lejos, por el monte, y justo vienen los buitres, se posan encima y le pican los ojos. Eso era gracioso, porque parecía que estaba enterrada y sólo le sobresalía la cabeza, con esos pájaros gigantes encima... Anita calló. Charlotte la rodeó con sus brazos.


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jueves, 29 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (3)


Leed aquí las partes 1 y 2.

Un alumno de Charlotte, profesor, a su vez, de alemán en China, describió su impresión sobre Alemania y Charlotte se puso a reflexionar sobre la relación entre Anita y Lena. ¿Sabía Anita quitar y poner el pelo a los muñequitos de Playmobil? ¿Sabía quién era el tigre Kaspar? ¿Y el oso? ¿Cómo podía estar segura de que Anita no interpretaba con Lena escenas de terror estalinista? ¿Jugarían a las juventudes socialistas o a desfiles militares? ¿Le diría a Lena que Dios no existe? ¿Le daría demasiado azúcar?

Alemania me recuerda a una obra de teatro que vi una vez en mi país, dijo el señor Zhou, un chino alto y bien parecido. Lamentablemente no recuerdo el título. Salían dos hombres sentados todo el rato bajo un árbol y hablaban de cosas angustiosas y absurdas.
Esperando a Godot, dijo Charlotte. Es una obra inglesa.

Lena parecía feliz.
¿Qué habéis hecho juntas?, preguntó Charlotte a Anita. Anita se encogió de hombros.
Tonterías, dijo Lena.
¡Ah! Habéis hecho tonterías, repitió Charlotte riendo. Anita no se rió y miró al reloj.
¿Puedo irme?, preguntó.
Charlotte sacó del armario un abrigo viejo pero todavía muy bonito.
Te has abrigado poco, le dijo a Anita y le puso el abrigo en los brazos. Cuando ya no lo necesites, me lo devuelves. No es una limosna.
Anita pareció alegrarse y acarició el tejido. Era un auténtico abrigo de cachemira.
Es un abrigo de hombre, dijo Anita.
Casi siempre visto ropa de hombre, dijo Charlotte. Es más elegante.
Anita la miró pensativa.
Pues gracias. ¿Puedo irme ya?
Adiós, dijo Lena.
Me alegro de que os llevéis tan bien. Charlotte apretó suavemente el brazo a Anita.
Sin problemas, dijo Anita. Y se quedó un buen rato inmóvil, hasta que Charlotte le soltó el brazo.

Charlotte enseñó a Anita a poner y vaciar el lavaplatos, a conectar el contestador automático, a regular la calefacción, a cocinar verduras vitaminadas y a guardar los cosméticos naturales en el frigorífico. Le explicó los rudimentos de la educación libre de miedos, lo que es un fax y por qué Lena no debía ver televisión. No estaba completamente segura de que Anita comprendiera todo lo que le decía, pues siempre parecía un poco desconcertada.
La primera semana rompió dos platos. En la segunda, se estropeó el televisor.
Sólo lo he encendido mientras Lena echaba la siesta, dijo Anita con voz suave, y de repente ha dejado de funcionar.
De repente, repitió Charlotte incisiva.
Anita alzó la vista y la miró con calma.
Sí, de repente, y se puso su jersey barato de color verde espinaca.
Charlotte le regaló un jersey de angora azul índigo que ya no se ponía, porque había renovado su guardarropa en tonos marrones, y cuando descubrió que calzaban el mismo número de pie, también una bolsa llena de calzado sensatamente resistente y un par de zapatos de tacón de aguja.
¿Estás a gusto aquí?, preguntó Charlotte a Anita.
Sí, contestó Lena; y se subió a las rodillas de Anita.
El cielo es de un color diferente, dijo Anita.
Así es el cielo de Baviera, dijo Charlotte. ¿Y con nosotras? ¿Estás a gusto en nuestra casa?
Pis, dijo Lena; y cogió a Anita de la mano.
Charlotte se quedó en la cocina. Cogió una onza de una tableta de chocolate que tenía escondida en una sopera. Oía la conversación de Lena y Anita en el baño. Con la distancia no distinguía las voces. Ambas parecían voces de adulto, qué extraño.


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miércoles, 28 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (2)


El primer trocito está aquí.

¿Tiene buen karma?, preguntó Robert por teléfono. Eran las diez de la mañana en Los Ángeles. Una doncella con uniforme rosa le había acercado el teléfono a la piscina.
¿Sabes dónde queda Zschopau?, le preguntó Charlotte.
Suena a zona militarizada con mucha contaminación, dijo Robert.
Eres terrible, contestó Charlotte.
Deja que Lena decida a quién debes contratar.
A la polaca la arrastró hasta el baño y le hizo creer que ya hacía pis sola.
Pues si eso no es una señal..., dijo Robert riendo.
Dorota me miraba como si pensara "¡Ricachona de mierda!".
¿Quién es Dorota?
La polaca. No me atiendes. ¿Estás solo?
Estoy en la piscina. Desde aquí se ve el hombre de Marlboro. Ahora pasa la policía. ¿Oyes la sirena?
Charlotte oyó a lo lejos el ulular de un coche patrulla, como en un telefilm. Cogió un juguetito de Lena y se lo acercó a la mejilla. Los dos guardaron silencio. La línea emitió un leve sonido.
Quisiera una niñera que me respetara, que no diera problemas y que estuviera siempre disponible, dijo.
Entonces coge a la esclava, a esa Eugenia, propuso Robert.
Me pondría de los nervios.
Es italiana, le encantan los niños.
No te lo tomas en serio, dijo Charlotte. ¿Cuándo vuelves?
No añoraba a su marido. Por el contrario, la vida se le hacía más ligera, menos grave, sin él.
Te echo de menos, dijo ella.
¿Cuál es la más barata?, preguntó él.
Anita, dijo Charlotte. No se entera de nada.
Pues coge a Anita.
Eres un capitalista asqueroso.
Yo también te echo de menos, dijo él.

Charlotte llevó a Lena la cama.
Mi pobre hijita, murmuró, tu madre es una egoísta y quiere trabajar otra vez.
En la cocina se sirvió un vaso de vino, se sentó a la mesa, se quitó el anillo de matrimonio, le ató un hilo, lo sujetó como un péndulo sobre la mesa y lo hizo oscilar entre las candidatas a niñera: entre Eugenia y Dorota ganó Dorota. Anita venció a Eugenia y Dorota a Anita. El péndulo se decidió, pues, por Dorota.
No, pensó sin embargo Charlotte, elijo a Anita de Zschopau, antigua RDA, Alemania del Este. Anita la de los zapatos de plástico. Necesita ayuda. No tiene nada. Salió de la gris y siniestra Zschopau (¿todas las ciudades del Este son así?) hacia la destelleante Múnich y ahora de mí depende que pueda concebir esperanzas o se le frustren y tenga que regresar a su vida anterior.
Charlotte se puso contenta. Se sentía importante. Puso un disco y se fumó medio cigarrillo de marihuana.
Karma, dijo para sí en voz alta, buen karma desde Zschopau.
Y se rió.

Anita llegó el primer día con media hora de retraso. Charlotte estaba fuera de sí, pero se esforzó por que Lena no lo notara. Lena le pidió que dibujara un cerdo. Tenía que haber contratado a Eugenia, pensó Charlotte enfadada y dibujó un cerdo. Malditos vagos socialistas. Por centésima vez miró por la ventana y por fin vio a Anita, corriendo por la calle, con los cabellos al viento, hacia su casa. Aunque era un gélido día de invierno, sólo vestía un delgado jersey de punto, de color verde espinaca. ¡Qué color más típico!, pensó Charlotte.
Anita subió las escaleras con el rostro congestionado por la carrera, no conseguía encontrar la estación de metro, dijo jadeando, y había venido corriendo desde la calle Brienner.
¿Desde tan lejos?, preguntó Charlotte incrédula.
¿Está enfadada?, susurró Anita.
No me trates de usted, contestó Charlotte.


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martes, 27 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (1)


No he podido resistirme. Me suele suceder cuando encuentro algo que me gusta, que me lo tengo que apropiar de alguna manera, y una manera es traducirlo. También es una manera de quitarme de encima la obsesión que tengo con Doris Dörrie, la de la foto, y su libro de relatos Bin ich schön?. Así que he decidido poneros aquí un relato cortito, de diecisiete páginas. Pero como mi blog consulter me ha dicho que mejor que lo publique por entregas, así lo haré. Ahí va el primer trocito. Espero que os guste.

Buen karma desde Zschopau
Lena, la hija de dos años de Charlotte, enseguida se subió al regazo de Eugenia, de Turín. Más quizás por su jersey con brillantitos que por Eugenia misma, una cincuentona gris y de aspecto fatigado. Eugenia se vio de repente en la cocina de Charlotte, de acero nirosta, y sonrió débilmente.
¡Qué cocina más bonita!
¡Oh! Usted no tendría que limpiarla. Para mí es más importante que salga a la calle a pasear y a jugar con Lena, dijo Charlotte.
Hago de todo, añadió Eugenia, limpiar, cocinar... todo. Estoy separada.
Lena puso la manita en la cara de Eugenia.
La llamaré, dijo Charlotte. Eugenia asintió sin pronunciar palabra.

Dorota, de Warschau, trajo consigo a su hijo de tres años, que continuamente se limpiaba los mocos con la falda de su madre. Charlotte ofreció a Dorota un pañuelo de papel. Dorota lo aceptó con un encogimiento de hombros y se lo guardó en el bolso. Dorota tenía el cabello largo y rojizo y las manos fuertes y diestras. Olía a sudor. Lena tardó pocos minutos en dirigirse hacia ella, cogerla de la mano y llevarla al retrete, donde le hizo creer que podía hacer pis ella solita en su taza con forma de Volkswagen.
Dorota se tomó un café con cinco cucharadas de azúcar. Charlotte las contó sin querer.
Así que tiene usted que trabajar, dijo Dorota pasando la mano por las cortinas.
Oh, sí, voy a reincorporarme. Soy profesora en el Instituto Goethe.
Dorota la miró con calma. Su hijo se sorbió los mocos.

Anita, de Zschopau, era muy joven; tendría como mucho veintiún años y era guapa, pero de una belleza anticuadísima. Su piel seca brillaba como la madreperla y en el pelo castaño oscuro llevaba una estrecha cinta negra. Lena contempló a Anita desde una distancia prudencial y no hizo ningún intento de acercarse a ella. Mientras charlaba con Charlotte, Anita se miró los zapatos. Grises, de plástico. Todavía se los reconoce por los zapatos, pensó Charlotte. En el Oeste nadie lleva ya ese calzado. A Charlotte la impresionaron los zapatos de Anita.
¿Quién es?, preguntó Lena señalando a Anita con el dedo.
Esta es Anita, dijo Charlotte. Quizás venga a cuidarte cuando yo me vaya a trabajar.
Mamá trabaja, Lena llora, dijo Lena. Y se echó a llorar.
Pero volverá enseguida, dijo Anita con su dulce habla de Sajonia.
Charlotte se dio cuenta de que nunca había oído a una persona joven hablar en sajón. Antes en el Oeste sólo hablaban así las tías mayores y los funcionarios fugitivos de la RDA, pensó.
Sólo llevo dos semanas en Múnich, contó Anita con voz suave. Vivo en casa de una prima de mi madre, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Si no encuentro un empleo pronto, tendré que volver a Zschopau.
Al despedirse, Anita tendió a Charlotte una manita delgada. Charlotte la vio tan frágil que la besó espontáneamente en las dos mejillas.
Ni siquiera sé dónde está Zschopau, le dijo. ¿No es terrible? Jamás he estado allí. Para mí sólo es un puntito blanco en el mapa. No sé dónde quedan las ciudades, ni por dónde pasan los ríos, ni cómo se llaman los montes. Cualquier país de Sudamérica o cualquier estado de los EEUU me resulta más familiar que la Alemania del Este, rió Charlotte.
Muchas gracias, señora Finck, respondió formal Anita.
Por favor, llámame Charlotte, le dijo con un toque cariñoso en el brazo. Me haces sentir terriblemente mayor.
Anita la miró un poco desconcertada y luego se marchó. Mientras salía, levantó la mano y se quitó la cinta del pelo.


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domingo, 25 de mayo de 2008

Impostura (V)


Leí El adversario, de Emmanuel Carrère, hace tanto tiempo que, cuando visité Ginebra y alrededores, no me di cuenta de que estaba en "el lugar de los hechos". Una lástima. Pasé unos días en Ferney-Voltaire, la pequeña ciudad en la que residía Jean-Claude Romand y en la que asesinó a su mujer, a sus hijos y a su perro. Ferney-Voltaire está pegadita a Ginebra, es una ciudad-dormitorio en la que viven pudientes funcionarios internacionales ginebrinos, pero es Francia. De Ferney a Ginebra se puede ir en autobús; la línea viene de Gex (en color lila en el mapa), atraviesa la frontera, que está en un túnel bajo la pista de aterrizaje del aeropuerto de Ginebra, y te deja en la estación de Cornavin. A veces la policía de aduanas detiene el bus y pide los pasaportes a la gente que va a currar.

Ahora me he vuelto a leer El adversario y me ha dado el mismo escalofrío; o mayor, porque me he acompañado de los mapas de Michelin para poner suelo a la peripecia: además de Ferney y Ginebra, Clairvaux-les-Lacs, donde se crió Romand y donde seguían viviendo sus padres; Lons-le Saunier, donde estuvo en un colegio internado; Dijon, a donde se suponía que asistía a un curso semanal... La Francia relativamente profunda, verde, boscosa, solitaria y de inviernos duros.

La novela, aunque releída, sigue siendo devoradora. Te traga desde el primer párrafo y no hay manera de que te suelte. Cuando la acabas, sigues revolviéndola en la cabeza. Pero, así y todo, podría decirse que es una novela fallida. ¿Por qué? Porque Carrère no consigue su objetivo. Él se proponía llegar a conocer qué se le pasaba a Romand por la cabeza mientras se paseaba, con traje y corbata, por los bosques del Jura, cuando todos lo creían trabajando en su prestigiosísimo puesto de la OMS. Y no lo consigue, porque, a poco que penetra en su cabeza, se encuentra una mentira tras otra, montones de falsas paredes protectoras que lo alejaban de la realidad que nunca le gustó.

Pero Carrère nos da pistas, nos dice cuál fue el mundo del que Romand quiso huir; y nos habla de una madre eternamente enferma, una de esas mujeres con permanente mala salud, sin que se sepa bien qué padecen; seguramente un mal que nadie comprende. También nos habla de un Jean-Claude niño demasiado serio, reposado, calmado, mesurado, silencioso, incapaz de comunicar su angustia y su tristeza

Pero madres pachuchas y niños calladitos los hay a montones en el mundo y, por fortuna, eso no convierte a nadie automáticamente en asesino múltiple.

Durante el juicio a Romand, el corresponsal del periódico Le Monde escribió que en él había visto "el rostro del diablo". Carrère dice también algo parecido cuando se pregunta por los últimos pensamientos de los padres de Romand, al ver que su adorado hijo blandía hacia ellos la escopeta.
Dice que vieron, con los rasgos de su hijo bien amado, a aquel al que la Biblia llama Satán; es decir, al Adversario.


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viernes, 23 de mayo de 2008

Otra lista

La del Daily Telegraph, un poco diferente de la del London Times, pero con los mismos pecados, ni un maldito escritor en español, señores nuevos, menos mujeres (me han quitado a mi Paretsky y Andrea Camilleri no cuenta como señora) y un título más macabro: 50 crime writers to read before you die.

Ahí va. ¡Machacadla!

GK Chesterton 1874-1936

Arthur Conan Doyle 1859-1930

Edgar Allan Poe 1809-1849

Ed McBain 1926-2005

Kyril Bonfiglioli 1929-85

James Ellroy 1948-

Janwillem van der Wetering 1931-

Carl Hiaasen 1953-

Dashiell Hammett 1894-1961

Dan Kavanagh 1946-

Margery Allingham 1904-66

Charles Dickens 1812-1870

Georges Simenon 1903-1989

Agatha Christie 1890-1976

Wilkie Collins 1824-1889

Jonathan Latimer 1906-83

Ruth Rendell 1930-

Ngaio Marsh 1895-1982

Benjamin Black 1945-

John Dickson Carr 1906-77

Michael Innes 1906-94

Raymond Chandler 1888-1959

Friedrich Dürrenmatt 1921-90

Michael Gilbert 1912-2006

Donald Westlake 1933-

Colin Bateman 1962-

Frances Fyfield 1948-

Reginald Hill 1936-

Andrea Camilleri 1925-

Henning Mankell 1948-

Patricia Highsmith 1921-1995

James Lee Burke 1936-

Jim Thompson 1906-1977

Walter Mosley 1952-

Denise Mina 1966-

Steig Larsson 1954-2004

Ronald Knox 1888-1957

EC Bentley 1875-1956

Lawrence Block 1938-

Edmund Crispin 1921-1978

William McIlvanney 1936-

George V Higgins 1939-1999

Dorothy L Sayers 1893-1957

Anthony Boucher 1911-68

Mickey Spillane 1918-2006

James Grady 1949-

George Pelecanos 1957-

Robert Crais 1954-

John Lawton 1949-

Elmore Leonard 1925-


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miércoles, 21 de mayo de 2008

"Una chica cortada en dos" o cómo sobrevivir al serrucho


Cuando una pareja está formada por un hombre maduro y poderoso y una chica joven, pobre y hermosa, las malas lenguas se suelen cebar con ella: que si es una lagarta, un zorrón, que sólo busca lo que busca... Yo jamás he estado de acuerdo con eso y procuro, en tales casos, preguntarme también qué busca él, porque quizás sus pretensiones no son tan nobles, quizás no es el pobre viejo que ha caído rendido ante los encantos irrechazables de una mala pécora con el símbolo del dólar en las pupilas.

Mira tú por dónde, el bueno de Claude Chabrol, que es un señor mayor y poderoso (setenta y ocho años y más de cincuenta películas a sus espaldas tiene la criatura), está más o menos de acuerdo conmigo y en esta peli, Una chica cortada en dos, nos muestra los destrozos mentales, equivalentes a los de una sierra mecánica, que puede causar un cabronazo con años, dinero, prestigio y aburrimiento en el alma de una jovenzuela enamoradiza, frágil y bellísima, una Monroe (el parecido es evidente) de nuestros días, una de esas chicas a las que el ser tan seductoras no trae más que complicaciones.

En contra de lo que se dice, aquí, la muchacha, que, como todo bicho viviente, quiere medrar en su trabajo, no corre con la blusa desabrochada tras los hombres con corbata que toman las decisiones importantes. Es al revés: son los mandamases los que babean tras ella y quieren exhibirla a su lado en público y disfrutarla en privado. ¿Cómo sospechan ustedes que será en la vida real?

El argumento está basado en un suceso que ocupó los periódicos neoyorquinos en el siglo XIX: un riquísimo arquitecto de Manhattan murió a manos del marido de su amante, una actriz de varietés. Chabrol transforma al arquitecto en escritor y a la cabaretera, en presentadora de la tele. Como veis, pocos cambios se necesitan: la historia, siglos después, permanece intacta.

Ya digo que Chabrol trata con un poco más de simpatía a su protagonista, pero, en realidad, no perdona a nadie: ella tampoco es un ángel, aunque el verdadero demonio, the real enemy, es, para Chabrol, la alta burguesía de provincias. Se ensaña verdaderamente con ella, hace de sus miembros un retrato caricaturesco, deliberadamente exagerado, vacuo y teatral. Al respecto debemos recordar que, para los franceses, "provincias" es todo lo que no es París, incluida la segunda ciudad más grande el Estado, Lyon, que es donde se desarrolla esta historia.

A pesar del color rosa del cartel, ésta es una película negra, pero de pesimismo, casi desagradable, que supera el discurso habitual, repetitivo y cansino sobre las apariencias, mediante el simple recurso de instalarse en ellas con una puesta en escena artificial, distante, irónica, cruel. Sólo cabe un poquitito de esperanza en la media sonrisa final de la muchacha, pues, gracias a la magia, sobrevive al serrucho que la parte en dos.


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martes, 20 de mayo de 2008

Premios varios

Mucho he tardado en agradecer y repartir estos premios, pero más vale tarde que jamás.

El primero es el premio Calidez. Me llegó volando desde Humano Sin Sentido, blog de visita obligada para todos los zoquetes del diseño, como una servidora.
Este premio tiene unas reglas:
- Publicarlo en un post haciendo relación al autor y blog de quien te lo otorga.
- Hacer un enlace al blog citado.
- Elegir cinco blogs en los que consideres similares cualidades (calidez) que aquellas por las que lo recibes.
- Enlazar los blogs nominados.
- Hacer constar estas reglas.

Se lo concedo a Perem, porque él tiene la culpa, y, además, a Agatha Blue, a Zanzara, a La Casa Encendida y a Tarántula, porque las aprecio.

El segundo es el premio Brillante.

Me lo ha concedido el gran Moebius. Él mismo os recuerda las reglas: Como ya sabéis, es preciso que ahora premie a otros siete blogs que considere brillantes, dejar aquí sus enlaces, enviar mensajeros a caballo a los respectivos blogueros y una vez hecho todo eso podré acurrucarme en mi oscura cueva y acariciar mi tessssorooo hasta que el río lo reclame.

Se lo reboto a Humano Sin Sentido para agradecerle el anterior, y, además, a Mak, para agradecerle el próximo, al brillantísimo Malvisto, a Petrus siempre reflexivo, a Kaplan punzante, a Pablo poético y a Budokan nostálgico.

El tercero es el premio Dardo. Me lo ha concedido Mak, no tiene imagen ni reglas, pero como él lo da a seis seres humanos , yo haré lo mismo.
Va a parar a Moebius para agradecerle el anterior, a María Jesús Lamora, a Sinseso, y a los albertos y los antonios: Alberto López, Alberto Q., Antony y Antonio Toribios. Con todo mi cariño.

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sábado, 17 de mayo de 2008

Así transcurrió lo de Fernando

Me habían pedido cosas raras en la vida, pero nunca que hiciera de gymnopedia. Me habían pedido, por ejemplo, que escribiera invitaciones de bodas ajenas, que entrevistara a un sepulturero o que tradujera al vasco el Corán. Pero "Hice de gymnopedia" es algo que poca gente puede escribir en su currículum. En realidad, sólo tres personas. Y yo soy una de ellas. Las otras dos son Elena y Beatriz. Me explico.

Todo empezó el día en que Fer escuchó las Tres Gymnopedias de Satie. Se le ocurrió la idea de una novela que también tendría tres partes, que corresponderían respectivamente a tres personajes, que serían concretamente tres tristes tigres. ¡No! Serían tres mujeres en tres momentos decisivos, cruciales, críticos, de sus vidas; unos momentos en los que tienen que tomar decisiones que hagan que sus vidas se conviertan, para bien o para mal, en otra cosa.

Entonces Fer escribió el libro, lo tituló también Tres Gymnopedias y un buen día de mayo de 2008 lo presentó en La Librería de Deusto y sus personajes se hicieron carne y habitaron entre nosotros: Elena fue Enma, Beatriz fue Celina y yo fui Julia.

Además de como personaje, también asistí como cronista decimonónica, con mi libretita y mi bolígrafo, a ser vencida por las cámaras de Mak. Id a su blog y será como si hubierais estado allí, porque lo ha registrado todo, todo, todo. La foto del satisfecho autor se la he cogido también a él.

Y actualizo para contar que también el satisfecho autor, como era de esperar, ha publicado su crónica y amenaza con más. ¡Bieeeeeen!

Y vuelvo a actualizar para enlazar a Txetxu, que incluye reseñas de prensa y otros sitios interesantes.


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miércoles, 14 de mayo de 2008

Los cincuenta mejores

Según el London Times, éstos son los 5o mejores escritores criminales (crime writers) del mundo mundial y de todos los tiempos temporales:

1. Patricia Highsmith
2. Georges Simenon
3. Agatha Christie
4. Raymond Chandler
5. Elmore Leonard
6. Arthur Conan Doyle
7. Ed McBain
8. James M. Cain
9. Ian Rankin
10. James Lee Burke
11. Dennis Lehane
12. P.D. James
13. Dashiell Hammett
14. Jim Thompson
15. Sjowall and Wahloo
16. John Dickson Carr
17. Cornell Woolrich
18. Ruth Rendell
19. Ross Macdonald
20. James Ellroy
21. Charles Willeford
22. Dorothy Sayers
23. John Harvey
24. Wilkie Collins
25. Francis Iles
26. Manuel Vasquez Montalban (sic)
27. Karin Fossum
28. Val McDermid
29. Edgar Allan Poe
30. Derek Raymond
31. George Pelecanos
32. Margery Allingham
33. Minette Walters
34. Carl Hiaasen
35. Walter Mosley
36. Reginald Hill
37. Michael Dibdin
38. Patricia Cornwell
39. Scott Turow
40. Dick Francis
41. Edmund Crispin
42. Alexander McCall Smith
43. Andrea Camilleri
44. Harlan Coben
45. Donna Leon
46. Josephine Tey
47. Colin Dexter
48. Nicholas Blake
49. Henning Mankell
50. Sara Paretsky

Esta lista ha circulado mucho y ha sido muy comentada en blogs de lengua inglesa. No tanto en el resto del blogomundo. La razón salta a los ojos: demasiada gente en esa lengua y demasiada poca en otras. Como si hubieran querido mantener un poco de corrección política o hacer un casting para un chiste: "Veamos. Hay que poner a un francés, un italiano, un español...". Y a Vázquez Montalbán ni siquiera le ponen bien el apellido.

También hay gente a la que no conozco, aunque eso no quiere decir nada: mis conocimientos son limitados, pero mi ignorancia es infinita.

Espero vuestras opiniones y comentarios.


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lunes, 12 de mayo de 2008

Fernando García Pañeda presenta "Tres Gymnopedias"

En esta librería


que tiene web, el miércoles 14 de mayo, a las 19:00, Fernando García Pañeda presentará su libro Tres Gymnopedias.



Quiero veros allí a todos. Y a todas. Paso lista. Y no me vengáis con la excusita de que vivís al otro lado del océano. Yo también tengo que cruzar la ría y no me quejo.


viernes, 9 de mayo de 2008

¿Para qué sirven los traductores?




La escena tuvo lugar en el Ayuntamiento de Montfort-en-Chalosse (Francia) y se desarrolló así:

- Oye, que he pensao que nos vamos a ahorrar la pasta de la traducción. Tengo un primo que pasa los veranos en Gandía y sabe español perfectamente, el tío. Le digo que nos traduzca esto, que total son cuatro líneas, no le cuesta nada, y así no andamos contratando ninguna agencia.

- Ah, vale, cojonudo.

Y el resultado fue el que veis.


¡Qué bonitas las marcas ázules, tan de fiár! ¡Y las distorciones en las mapas!

Por cierto, ¿alguien sabe qué demonios es una Hacienda Capcazaliera?

¡Bueno fino de semana!


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miércoles, 7 de mayo de 2008

Cosecha francesa

Éstas son, queridas amigas y amigos, las novelitas que he comprado en Francia. Espero vuestros comentarios y recomendaciones.
Total Khéops, de Jean-Claude Izzo. Primera entrega de la triología marsellesa protagonizada por el policía Fabio Montale. Hay peli, pero no la he visto.

Les racines du mal, segunda novela de Maurice G. Dantec. Combina el género negro con la ciencia-ficción, género éste que literariamente no sé apreciar: sólo me gusta en el cine.


L'été meurtrier, segunda novela de Sébastien Japrisot. De esta novela también hay peli, pero es más famosa la de su tercera novela, Largo domingo de noviazgo.

Y finalmente, ¡oh, sorpresa!, una novela blanca, La classe de neige, de Emmanuel Carrère. Recientemente he releído El adversario (ya os hablaré de ello en próximos días) y me apetecía reincidir con este buen hombre.


Tenía más en la lista, pero siempre hay que dejar algo pendiente, a modo de excusa para volver.

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lunes, 5 de mayo de 2008

Algunas fotitos de Francia

Unas pocas fotos, para no aburrir. Esto es Burdeos, una ciudad con un tremendo encanto. Me gusta dejarme caer por allí de vez en cuando.
A orillas del río está El Espejo, una laminita de agua que refleja los preciosos edificios.









A ratos suelta unos chorritos de vapor y entonces no me puedo resistir y entro a mojarme un poco. La de la foto de la derecha, en el centro, de verde, soy yo haciendo el bobo.


La placidísima campiña de La Chalosse. Esto sí que es la Francia silenciosa, pueblerina, aburrida y deliciosa.











Y, por último, la torre de la reina Jeanne D'Albret, en Orthez. Hoy sirve de albergue para peregrinas y peregrinos que recorren el Camino de Santiago de Vezelay.

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