miércoles, 31 de octubre de 2007

En una cosa estamos de acuerdo

Como me dejo impresionar fácilmente, me ha impactado la entrevista del Babelia del sábado pasado con Jonathan Littell, un tipo fiero e interesante que en esta foto se parece a Matthew Modine, ha ganado el Goncourt sin pretenderlo y se ha permitido la chulería de no ir a recogerlo, pues opina que los premios no tienen nada que ver con la literatura, sino con la publicidad y el marketing.

Littell ha ganado el Goncourt con Las benévolas, una novela sobre el nazismo de la que Vargas Llosa ha dicho que es "impresionante", pero que "no deja resquicio de esperanza".

Como digo, en una cosa estamos de acuerdo Littell y servidora. Es algo sobre lo que ya escribí hace tiempo. Copio literalmente de la entrevista de Babelia:

Sólo los ingenuos pueden creer que la cultura te ayudará a ser majo. (...)
La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba. Puedes sentir una
admiración profunda por Beethoveen o Mozart y leer el "Fausto" de Goethe, y ser
una mierda de ser humano.

Y, al parecer, así lo demuestra en una novela de mil páginas que servidora no ha leído. Todavía.


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lunes, 29 de octubre de 2007

Te odio

Sí, te odio, Fer, enemigo territorial mío, por forzar mi tendencia natural al buenrollismo jipitonto. Pero, en fin, porque tú me lo pides, saco bilis de flaqueza y allá va mi lista.

Los nominados son:
1.- Las y los cantantes ñoños con voz de flautín. No doy nombres para no ofender. Quedan excluidos de esta categoría los Bee Gees porque todo el mundo sabe que llevaban el paquete prieto.
2.- Las marujas malas y quienes no soportan la felicidad ajena. Vade retro!
3.- Los machitos tontolabas que se creen que las chicas somos marcianas porque hablamos de cosas que no son coches ni fútbol.
4.- Las y los que llaman puta y guarrona a una mujer que ha tenido más de dos novios o se atreve a manifestar que le gusta el sexo; si se trata de un hombre, en cambio, es un machote y un campeón.
5.- Las personas que hablan mal de su pareja.
6.- Las frases hechas: "frío y calculador", "me llama poderosamente la atención", "a ver si hace buen tiempo el fin de semana", "está todo muy caro", "cuántas cosas lleváis en el bolso las mujeres"...
7.- Los gilipollas analfabetos de la tele. Los odio más por analfabetos que por gilipollas, porque la gilipollez no tiene remedio; lo otro sí y no se lo ponen.
8.- Los chistes homófobos. Son casposos, retrógrados, repetitivos (toda la puta vida con lo del jabón que se cae en la ducha) y no les veo la maldita gracia.
9.- Las faltas de ortografía, las faltas de respeto a la lengua y la antilingua de los politicuchos.
10.- El presidente de Irán, Ahmadineyad o como se llame el tipejo. ¡Me da un ascazo! Bueno, me repatean el estómago los liberticidas en general.

¡Ay! ¡Qué a gusto me he quedao!
Que se den también el gustazo Lucía, Peke y Julen. Vale hacer un monográfico de odios culturales, literarios o musicales.
Os amo.

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martes, 23 de octubre de 2007

Impostura (y III)

Contábamos antes de ayer la atribulada vida de Jean-Claude Romand y ayer, que Emmanuel Carrère se había servido de toda esa materia literaria bruta para pulir una interesante novela.



No mucho después, en 2001, saltó a las pantallas la primera película basada en la historia de Romand: L'Emploi du temps, de Laurent Cantet, que se tomaba algunas lícitas libertades con respecto a los hechos. Así, al protagonista lo despedían de su trabajo y acababa por confesar la mentira a su esposa.

Un año más tarde, Nicole Garcia permaneció fiel al texto de Carrère y presentó en Cannes El adversario, construida como un flash back desde el día que Romand pasó solo en su casa después de haber cometido los asesinatos. Es una película glacial, opaca e inquietante que no muestra sangre ni violencia.

También en 2002 hubo una tercera película basada en la historia de Romand: la española La vida de nadie, ópera prima de Eduard Cortés. Cortés traslada la acción a Madrid, convierte al personaje principal (estupendo José Coronado) en economista del Banco de España y hace que su engaño se tambalee al enamorarse de una joven, enamoramiento que será lo único verdadero en su vida en muchos años.

Un impostor mucho más simpático que Romand fue Frank W. Abagnale Jr. Todavía no había acabado el instituto y ya se hacía pasar por piloto en una compañía aérea. Luego se convirtió en médico, abogado y profesor de universidad, mientras cobraba millones de dólares falsificando cheques. Abagnale no era un mitómano ni un enfermo, sino un caradura, un sinvergüenza que se tomaba la impostura como un juego y se divertía fingiendo.

Abagnale publicó su autobiografía, Atrápame si puedes, en 1980, y con ella Spielberg nos hizo una película en 2002, con Leonardo Di Caprio y Tom Hanks.

Y acabamos este repertorio de imposturas con una novela de Santiago Gamboa que se titula precisamente Los impostores. Varias personas que desean ser lo que no son, viven una peripecia detectivesca en China. Es la historia de un gran malentendido, con intriga, humor e ironía. Mirad lo que dice Gamboa sobre el asunto que nos ocupa: No creo que la impostura sea mala. Es parte del ser humano, todos vivimos dando imágenes de nosotros mismos que no se corresponden con la realidad. Cuando hablamos de nosotros mismos, todos somos buenos, tolerantes, justos...


Todo nace de la insatisfacción que nos provoca nuestra vida real frente a lo que quisiéramos que fuera nuestra existencia. En el principio siempre estuvo el fracaso. Hasta Don Quijote fue un gran impostor que quiso construir otro mundo y transformarse a sí mismo.

Truman Capote lo expresa triste y claramente: ... tragedia: el destino que aguarda a todos aquellos que rechazamos nuestra propia naturaleza e insistimos en ser algo distinto de lo que somos.



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domingo, 21 de octubre de 2007

Impostura (II)

Contábamos ayer la edificante historia de Jean-Claude Romand y decíamos que había inspirado una estupenda novela, El adversario, a Emmanuel Carrère.

Carrère, intrigado y apasionado por la peripecia vital de Romand, enseguida quiso escribir un libro, pero no sólo para relatar los hechos, ya de por sí suficientemente novelescos, sino que también pretendió comprender al protagonista, descubrir en qué pensaba cuando se paseaba solo por el bosque mientras todo el mundo creía que estaba trabajando; acercarse, a fin de cuentas, a lo inexplicable.

Carrère siguió puntualmente el juicio contra Romand, intercambió correspondencia con él, se entrevistaron tres veces en el locutorio de la prisión y escribió, en fin, con un estilo a veces neutro y a veces frío y toques de humor negro, esta novela fascinante que se lee en una o dos sentadas y sigue el método que ya utilizó Truman Capote en A sangre fría.

La impresión que nos deja es que Romand no llevaba una doble vida, sino que tenía, por un lado, su vida falsa, imaginaria, y, por otro, la nada, el vacío, de manera que, en realidad, no tenía vida, o su vida era un sinvivir.

La novela es también una reflexión sobre lo que somos, lo que podemos ser, lo que queremos ser y lo que queremos ignorar de nosotros mismos.


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miércoles, 17 de octubre de 2007

Impostura (I)

El caso de Alicia Esteve, del que nos hablaba hace poco Javier Vizcaíno, me ha hecho recordar, cómo no, el de Jean-Claude Romand (en la foto) y me ha hecho también pensar cuán fascinantes son los impostores, incluso cuando te tocan de cerca (en mi aburrida vida he conocido a dos o tres) y te tocan también las narices.

No es el caso de Romand, claro, porque, gracias al cielo, sólo me toca en lo legendario. Antes de resumiros la historia de este hombre, os cuento qué he leído por ahí sobre la mitomanía, que parece estar en el origen de muchos casos de impostura. La mitomanía es una patología mental. Las personas mitómanas no son mentirosas: un mentiroso sabe que miente, quiere engañar a alguien, actúa con plena consciencia y no confunde sus invenciones con la realidad. Los mitómanos, en cambio, se creen lo que cuentan; no mienten para engañar, sino para convencerse a sí mismos. Quieren que se les reconozca por lo que no son. La mitomanía tiene que ver con el narcisismo y con los delirios de grandeza.

Vamos ahora con Romand. Os resumo su historia. Si queréis más detalles, echad un vistazo a http://jc.romand.free.fr/. Romand fue un niño francesito modelo y un adolescente solitario. Sus acomodados papás lo enviaron a estudiar medicina a Lyon. Romand dejó los estudios en segundo de carrera, pero se las arregló para hacer creer a todo el mundo (padres, esposa, allegados, amigos...) que había obtenido su licenciatura y un brillante puesto de trabajo en la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra.

Romand vivó, pues, casi veinte años en una ficción de respetado burgués con vivienda unifamiliar, cochazo y colegio privado para los niños, sin tener siquiera un puesto de trabajo. ¿De dónde sacaba la pasta? Pues seguía retirando cantidades de la cuenta bancaria de sus papás, vendió el apartamento que le habían comprado en Lyon y se guardó el dinero, también vendió un medicamento fraudulento contra el cáncer y, valiéndose de su posición de alto funcionario, había convencido a su entorno (suegros incluidos) para que le confiaran sumas de dinero que él "colocaba" en bancos suizos.

Un día su suegro le dijo que quería retirar una parte de ese capital. Semanas después, el anciano se encontraba solo en su vivienda con Jean-Claude, se cayó por las escaleras y murió. Nunca se pudo probar que Jean-Claude tuviera algo que ver con esto. La suegra vendió la casa y confió otra vez el pastón al yerno perfecto.

Pasaba el tiempo, Jean-Claude tenía que inventar mentiras cada vez más grotescas y gastaba cada vez más francos. Para colmo, se echó una amante en París. Su esposa empezó a sospechar.

El 9 de enero de 1993 Jean-Claude se dijo eso de año nuevo, vida nueva, por la mañana temprano se cargó a su mujer, a sus dos hijos y al perro, y se fue a comer a casa de los papás. Tras la sobremesa, les metió una bala de rifle a cada uno. Volvió a casa y la incendió con él dentro, después de haber tragado barbitúricos. Lo rescataron los bomberos.

En 1996 lo condenaron a cadena perpetua. Deberá permanecer, pues, al menos veintidós años en la prisión de Châteauroux.

Con todo esto, Emmanuel Carrère escribió una valiosa novela. Pero de eso hablaremos en el próximo capítulo. Continuará.

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domingo, 14 de octubre de 2007

Promesas del Este

David Cronenberg (canadiense) siempre ha hecho un cine incómodo, retorcido y desasosegante. Vamos, que nunca se ha propuesto dirigir pelis para hacernos felices. Tampoco era precisamente ésa su intención en este filme, Promesas del Este, que trata básicamente de la mafia rusa internacional y tiene escenitas que te dejan sin resuello, pero, por si fuera poco, leo unas declaraciones del guionista, Steve Knight (inglés), en las que dice que ¡ha suavizado la realidad! Pues no quiero ni imaginármelo.

El personaje central centralísimo es el que hace Viggo Mortensen (neoyorquino), que está que se sale con este ruso espeluznante, complicado, enigmático, cool (atención al vestuario y a su ausencia: ¡cuarenta y tres tatuajes!) y súper macarra. Da casi más miedo todavía Vincent Cassel (francés); Cronenberg le saca un buen partido a su físico impresionante y difícil en un papel de niño de papá psicopatilla, borrachuzo y tarambana, uno de esos herederos débiles que acaban por destruir los imperios que con tanta sangre han construido sus padres y abuelos (de madres y abuelas ni hablamos, porque no pintan nada). El papá querido es Armin Mueller-Stahl (alemán), que borda estos tipos encantadores y afables por fuera, brutales y podridos por dentro.

Frente a ese mundo de las tinieblas está la gente normal, las buenas gentes que sólo por desgracia, miseria o casualidad se topan con lo criminal. En este lado están Naomi Watts (mi tocaya australiana), a la vez frágil y corajuda; su tío, el ruso Stepan, interpretado por el realizador Jerzy Skolimowski (polaco) ; y su madre, la siempre impecable Sinéad Cusack (irlandesa).

Me fastidia enormemente no haber tenido ocasión de ver Promesas del Este en versión original, porque se recrea en el Londres de los inmigrantes, el que no solemos ver los turistas, donde se hablan decenas de lenguas diferentes y cada grupo humano tiene también su propia atmósfera, su color. Leo que Cronenberg trabajó con tres asesores de diálogos. Así me gusta, David, que los lingüistas sirven para algo. Con todo, el doblaje está, como casi siempre, a un nivel muy digno y se esmera con el ruso.

Por sacarle algún defectillo, diré que chirría un poco el final casi feliz (aunque mis nervios lo agradecieron, después de tanto padecer) y que la voz en off de la chica muerta resulta demasiado empalagosa y patética.

Acabo. La organización mafiosa de la que habla esta peli se llama Vory V Zakone ('hermanos ladrones', más o menos), existe de verdad y se dedica a traficar con seres humanos previamente esclavizados.

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viernes, 12 de octubre de 2007

Vantage Point

Me entero por Unantonio de que esta peli ist coming soon.

Os cuento: resulta que el presidente de los EEUU va a Salamanca (sí, sí, a Salamanca, Spain), en plena Plaza Mayor le pegan un tiro (¿dando ideas?) y no veas la que se monta por semejante bobada.

Están en el ajo mi adorada Sigourney Weaver, Dennis Quaid, al que también tengo aprecio, Forest Whitaker, William Hurt, Matthew Fox el de Perdidos, y Eduardo Noriega, que pone el toque racial-sureño-subdesarrollao, y no lo digo por él, válgame el cielo.

El director es Pete Travis, que no tiene un currículum muy allá.

Echad un vistazo al official site. Dará que hablar, seguro. Yo iré a verla porque me hace gracia la visión que tienen los yanquis de sus colonias de ultramar.

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lunes, 8 de octubre de 2007

Los pecados de nuestros padres

Las novelas de Lawrence Block en español están tristemente desperdigadas por diferentes editoriales. Servidora leyó algunas en la mítica colección Etiqueta Negra de Júcar y se encaprichó así de Matt Scudder, ese señor que no es detective (Los detectives tienen licencias. Pinchan teléfonos y persiguen a la gente. Rellenan formularios, toman notas y demás. Yo no hago eso. En ocasiones hago favores a la gente a cambio de algo), pero sí ex policía, en unas novelas alcohólico, en otras ex alcohólico y en otras las dos cosas.

Lo último que he visto publicado de Block y Scudder en bolsillo es Los pecados de nuestros padres, que salió por primera vez en 1976. Júcar también la publicó, con el título Los pecados de nuestros ancestros. El original es The Sins of the Fathers. Juzguen ustedes. La ha sacado la editorial Puzzle con traducción (a ratos perfecta y a ratos un pelín forzada) de Belén Aguilera Fierra.

La mirada aguda y la lengua afilada de Scudder, que es protagonista y narrador en primera persona, nos sirven una novela rápida y dura. Rápida, porque nos mete en harina sin más; déjate de descripciones cansinas y ambientaciones pesadas y toma diálogo directo. Dura, porque en el caso que investiga Scudder no falta ningún tipo de abyección humana.

Ciertos pasajes brillantes, como las sartas de atrocidades que traen los periódicos neoyorquinos y el habla incisiva de camareros, policías podridillos y delincuentuchos hacen de esta novela un placer breve e intenso.


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viernes, 5 de octubre de 2007

La soledad de las parejas

En vez de Mataharis, esta peli podía haberse titulado así, La soledad de las parejas, precioso título de un relato de Dorothy Parker. Pero no, se titula Mataharis y pone un toque de exotismo a un relato cotidiano y gris que apenas sale de Madrid y sus duras afueras.

Se titula Mataharis porque las protagonistas son detectives y eso añade a la historia una dosis de intriga que se agradece. Pero el argumento principal no es lo que investigan, que también tiene gracia e interés, sino lo que viven. Son tres mujeres en tres momentos vitales diferentes; a las tres les sucede algo que les cambia la existencia.

Inés es joven, lleva poco en la profesión y le encanta. Incluso tiene en una pared de su apartamentito una foto enorme de la auténtica Mata Hari. Se encontrará por primera vez en la tesitura de tener que elegir entre sus principios y su profesión.

Eva acaba de reincorporarse al curro tras un permiso por maternidad. Desbordada y recelosa, le da por investigar a su propia familia y descubre algo gordo.

Carmen es una investigadora madura, experta y curtida; hace todas las preguntas (¿Hasta qué punto estamos dispuestas a tragar en el trabajo? ¿Es un lujo tener dignidad? ¿Tenemos derecho a guardar secretos? ¿Tenemos derecho a penetrar en los de los demás?) y se sabe todas las respuestas.

De las tres protagonistas, me quedo con esta mujer de mirada fría como el objetivo de sus cámaras (espléndida Nuria González) que acepta, sin embargo, todos los afectos y, para espantar la soledad, habla con las plantas y el televisor.

La cuarta protagonista es la ciudad. La vemos tras las ventanas de las casas de las chicas, tras los enormes ventanales de las oficinas de la agencia en la Gran Vía de Madrid y por la ventanilla del autobús que te lleva a trabajar a un polígono industrial lejos del centro. Icíar Bollaín, cámara al hombro, ha fotografiado una ciudad viva, rápida y blanquinegra, muy realité.

Al final, se queda una con las ganas de saber qué será de estas mujeres, si prosperará la incipiente historia de amor entre Inés y Manuel (qué encanto Diego Martín), cómo resultará la familia reconstituida de Eva, o dónde recalará Carmen después de decirle a su marido un escueto "Me voy del todo".

Todo esto viene envuelto en la banda sonora de Lucio Godoy y aderezado con una canción del actor Luis Tosar, que fue rockero antes de quedarse calvo, y una breve actuación en directo del gran Rosendo con sus "Maneras de vivir".


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lunes, 1 de octubre de 2007

Mi hermano el alcalde

Fernando Vallejo tuvo veinte hermanos "sin contar las mujeres ni los niños". Uno de esos hermanos, Carlos, enfermó un buen día de dengue y, en su desvarío, se le metió entre ceja y ceja que tenía que ser alcalde de Támesis, un pueblecito "alegre y parrandero" de las montañas de Antioquia (Colombia), que produce café, mangos, chirimoyas, papayas, higos, curubas, chachafrutos, guamas, mamoncillos, algarrobas, piñas, maracuyás, yuca, arracacha, plátano y panela.

Támesis, además, recibe de vez en cuando la visita de coloridas bandadas de loros, como bien se aprecia en la bonita cubierta del libro, de Nora Garzón.

A Carlos intentaron quitarle la idea de ser alcalde de la cabeza (Te matará la guerrilla. Y si no te mata la guerrilla, te matarán los paramilitares. Y si no te matan los paramilitares, te matará lo que queda del cartel de Medellín), pero no sirvió de nada. Carlos fue candidato, votaron por él las monjas, las putas y los muertos, y así fue elegido limpia y democráticamente alcalde de Támesis.

Carlos fue un alcalde peculiar. Hacía que lo pasearan en andas y bajo palio, como a la Virgen Dolorosa; hablaba a sus administrados en el perfecto latín que había aprendido con los salesianos; asfaltó la carretera, que hasta entonces era de tierra; instaló en el pueblo columpios, toboganes y mataculines, para que los niños "le fueran perdiendo el miedo a la muerte"; y puso a Támesis en Yahoo. Carlos tenía un novio dentista y un "negrito" llamado Eufrasio, "un moreno de diecinueve años y ojos verdes, hermoso" y muy borracho. Carlos y su novio adoptaron a un niño de bucles de oro, llamado Cagaíto, y lo coronaron rey de Támesis.

Carlos fue un alcalde peculiar de un pueblo "pichanguero" y peculiar. Porque en Támesis pasaban cosas raras. Se aparecían los curas años atrás fallecidos, con un mensaje claro desde el más allá: "¡Me enterraron vivo, hijueputas!". Otra vez también se le apareció a Carlos, en una mata de plátano, el ánima fosforescente y en pena de un hermano de La Salle, pero Carlos no le hizo mucho caso, porque no creía en Dios.

Todo eso nos lo va contando Vallejo con mirada de loro, desde arriba, donde "uno no distingue el oro de la escoria", con su prosa arrebatadora y con reflexiones simples y absolutas como ésta: "¡Mejor un piquito en la boca que un machetazo en la cabeza!".


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